Marine Le Pen, la liberal

Por Raúl González Fabre -15/05/2017


A lo largo de su campaña electoral, y también inmediatamente después de perder las elecciones a la presidencia francesa, Marine Le Pen dijo algo muy cierto: esta es una lucha entre patriotas y globalistas. No extrema derecha y el resto. No hay 34% de franceses de extrema derecha, como no hay 51% de británicos. En eso tenía razón: muchos votantes contra ella fueron contra la extrema derecha; pero pocos de los votantes a favor de ella fueron a favor de la extrema derecha. No estaban votando ninguna extrema derecha, sino protección económica del Estado para sus puestos de trabajo y sus pequeñas empresas, frente a la competencia global.


Yo no usaría exactamente las mismas palabras que la amiga Marine; diría más bien que esta es una lucha entre nacionalistas y europeístas. Pero los conceptos de fondo son semejantes: Mme Le Pen y yo nos referimos al tamaño de la unidad política deseable, dentro de lo posible en este momento.


Esa unidad política deseable toma decisiones respecto a los diferentes problemas colectivos. Genera unas u otras políticas, según el programa de quien ocupe el gobierno y las negociaciones sociales subsiguientes. Puede decidir que haya menos políticas o incluso la ausencia de ellas, si una postura más liberal ganó las últimas elecciones.


Pero, aquí viene lo importante: una cosa es la ausencia de políticas y otra la ausencia de instrumentos políticos. Si hay instrumentos, puede no haber políticas porque algún liberalismo predomine en este momento. Hasta que otro menos liberal gane las elecciones. Pero si no hay instrumentos, no va a haber políticas en ningún caso. Si tengo una escopeta, puedo decidir si usarla, para qué y cómo. También puedo decidir no usarla. Si no tengo escopeta, ya no hay nada que decidir: no la usaré porque no la tengo.


Si usted piensa que la liberalización ha desprotegido aspectos muy importantes de los derechos sociales, usted será anti-liberal, partidario de mayor participación pública en tales o cuales aspectos (rara vez uno quiere en Europa que sea en todos los aspectos: estos son países de burocracias pesadas). Si usted sostiene posiciones contrarias a las liberales, estará eventualmente en desacuerdo en cómo se está usando el instrumento político que es la Unión Europea, y propondrá políticas distintas para ese mismo instrumento.


Por ejemplo, pedirá a la Unión que se tome en serio los aspectos que la misma Comisión Europea considera muy importantes. Ahí entramos a discutir las decisiones europeas y, dentro del marco que ellas establecen, las políticas nacionales. Partidos, sindicatos, ONG, iglesias, asociaciones muy variadas, participan en esas discusiones de mil maneras, a lo ancho de todo el Continente. Las decisiones finales de la Unión derivan de esa interacción compleja. A veces se llevan unos el gato al agua; a veces se lo llevan otros. Hay algo de democracia: no siempre ganan los mismos todo. La Unión Europea no está tan mal desde ese punto de vista.


Ahora, si para cambiar las posiciones de la burocracia europea que nos parezcan inadecuadas, nos cargamos la Unión, estamos cometiendo un gigantesco error. Un error que bien podemos llamar liberal. Liberalizar es sacar al poder público de los asuntos colectivos, dejándolos al libre juego de los individuos. Lo más liberal es precisamente reducir al poder público, eliminarlo de un ámbito completo como Europa, para que ya no haya quien desarrolle políticas europeas de protección de ningunos derechos ni principios. Cada uno a lo suyo (o a lo que le dé la gana, como si quiere proteger a los marsupiales), y todos compitiendo entre sí.


Si el descontento con el liberalismo político de muchos dirigentes y funcionarios nos produce una actitud anti-europea, con ello nos está empujando en realidad al liberalismo estructural. No importa cuán patrióticos, nacionalistas, anticapitalistas o socioalgo nos digamos, si actuamos para acabar con la Unión Europea, somos liberales objetivos. Una vez disminuido o muerto el instrumento de acción colectiva que es la Unión Europea, ya no quedará apenas espacio para reglas ni políticas comunes. Habremos recuperado la ansiada soberanía nacional. O sea, el ideal liberal para Europa: el mínimo de leyes comunes, lo más parecido a cero.


Otra Europa, puede ser; debemos hablar sobre cuál otra y cómo otra. Menos Europa, nunca. Demasiado liberal.