Falsos positivos, falsos negativos

Por Raúl González Fabre

27/04/2018


Querido lector: amárrese para un esquema abstracto, porque lo que sigue puede aplicarse a muchas cosas distintas.


Imagínese que hay una condición que hace en alguna manera peligrosas a las personas que son así: terroristas, maltratadores, delincuentes violentos, sujetos de gatillo fácil, enfermos contagiosos, desequilibrados agresivos, partidarios de acelerar el fin del mundo, conductores imprudentes, aeropasajeros con bomba, pedófilos camuflados, adictos en busca diaria de dinero para drogas duras… No vamos a entrar aquí en cuánto se trate de condiciones físicas o morales en cada caso, cuánto sean culpa del sujeto o de la sociedad. Lo que nos interesa es que, en virtud de la condición que sea, resultan peligrosos para otros.


Lógicamente pedimos al Estado que nos proteja del peligro. Al fin, concedemos a la autoridad pública gran poder sobre nosotros para que nos procure a cambio, primero que nada, seguridad respecto a daños provenientes de otras personas. Si renunciamos a procurarnos seguridad letal privada, una pistola cada uno, es porque el Estado nos asegura que no hará falta (y nos castiga si pretendemos arreglarnos por nuestra cuenta).


Positivos y negativos


Pero claro, el problema es detectar al sujeto peligroso antes de que dañe a otros, no tanto después. Para eso se establecen sistemas sociales de detección a cargo, por ejemplo, de las policías y otros funcionarios de seguridad (jueces, prisiones…). U otros; lo que nos interesa aquí es que el sistema de detección funciona bien cuando:



Lo esencial para un sistema de detección es distinguir «positivos» de «negativos» antes de que se desencadene el hecho peligroso. Se trata de encontrar unas pocas agujas en el pajar inmenso de la vida social. Tras los terribles atentados contra las Torres Gemelas en Nueva York (2001), los investigadores notaron que en los meses anteriores había grabaciones policiales a esos terroristas suicidas, suficientes para identificar al menos sus intenciones generales. Los atentados hubieran podido evitarse, si solo los correspondientes policías hubieran sabido que esas eran las llamadas relevantes entre cientos de miles, muchas más truculentas, que captan cada día en sus escuchas. Una aguja en un pajar.


Falsos positivos y falsos negativos


El sistema de detección social del peligroso puede fallar de dos maneras distintas:



Por más que intentemos afirnarlos, los sistemas de detección y neutralización sociales de que disponemos son imperfectos. Ello no solo significa que producen «falsos negativos» (por ejemplo, mujeres que resultan asesinadas por sus parejas pese a haber denunciado violencia doméstica) sino también «falsos positivos» (por ejemplo, hombres que son acusados falsamente de violencia de género en el contexto de juicios de divorcio, etc.). Ambas cosas se dan.


Y una cosa está relacionada con la otra. Si queremos asegurarnos de que no haya ningún «falso negativo», acabaremos con una gran cantidad de «falsos positivos». Por ejemplo, si queremos que no se cuele ningún terrorista islámico por el aeropuerto, ello será a costa de someter a chequeos exhaustivos a todos los jóvenes adultos de los países y colores que nos parezcan capaces de originar terroristas (el llamado ‘profiling’). Y al final rechazaremos a todos los que no puedan probar que son inofensivos. Eso es lo que ha hecho Trump prohibiendo la entrada de ciudadanos de países enteros a los Estados Unidos, para evitar la llegada de terroristas.


Y al revés, si queremos evitar todos los «falsos positivos» (que nadie sea tratado como potencialmente peligroso sin saber positivamente que lo es), terminaremos con una cantidad de «falsos negativos» (sujetos que sí eran peligrosos pero no fueron detectados). Un ejemplo claro es la política de recepción masiva de refugiados que llevó a cabo la señora Merkel en 2014. La cantidad de «falsos negativos» (sujetos que no deberían haber sido admitidos) resultó en incidentes como los de Colonia de la Nochevieja de 2015, que a su vez llevaron a la xenófoba Alternativ für Deutschland (AfD) al Parlamento Alemán. Con un Gobierno de Gran Coalición entre el primero y el segundo en las elecciones, AfD será la principal fuerza de la oposición. Por tanto, la alternativa mental de gobierno para muchos alemanes.


No pretendemos aquí pronunciarnos sobre las razones y sinrazones de cada postura en cada situación, sino meramente notar que nuestros sistemas sociales de detección no van al 100%. La información sobre antecedentes sirve para reducir la imperfección: rara vez el que hace algo verdaderamente dañino es la primera que hace. Pero si en efecto es la primera vez, o no conocemos esa primera vez, o si la primera vez apuntaba maneras pero no era tan peligrosa como para que saltara la alarma, inevitablemente el coste de reducir los falsos negativos es tener más falsos positivos, y viceversa.


El equilibrio inevitable


El margen de error puede reducirse mejorando los medios sociales de detección de los verdaderos positivos, que a todos nos conviene mucho neutralizar antes de que actúen. Pero salvo que lleguemos a la perfección, será difícil que ese margen llegue a cero efectivamente. Igual que es imposible que nadie muera en accidente de tráfico con nuestro sistema de vehículos independientes conducidos por personas. Podemos reducir el número de muertes, pero no podemos anularlo (y para seguirlo reduciendo vamos llegando a considerar velocidades superbajas de circulación).


Y eso nos lleva al problema del mejor equilibrio posible. En el debate social puede haber posiciones opuestas de ‘jamás un falso negativo’ y de ‘jamás un falso positivo’ (al coste que sea en falsos de lo otro, en cada caso). Pero el resultado del debate será algún punto medio, en que deberemos resignarnos a algunos ‘falsos positivos’ para evitar ‘falsos negativos’, y viceversa. Como suele ocurrir en lo práctico, acabamos buscando socialmente un punto de equilibrio.


Lo que no puede hacerse, sea cual sea tu posición respecto a cada problema, es pretender cegar el debate social, obligar a la otra parte a callar, para que el sistema de detección caiga totalmente del lado de lo que piensas, por imposibilidad del otro de proponer su posición al público. Usando la ley, o usando la presión de opinión pública para «castigarle» si se le ocurre defender su posición. Esa es una tentación propia de los totalitarios, que hasta tal punto piensan sagrada la causa que defienden, que están dispuestos no solo a todo falso-de-lo-otro por ella, sino también a toda dictadura de la ley y de la opinión.