Nuevo documento vaticano sobre finanzas: para leer críticamente
Por Raúl González Fabre
18/05/2018
El jueves pasado fue presentado en el Vaticano un documento sobre «Cuestiones económicas y financieras«, producido por la Congregación para la Doctrina de la Fe y el Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral, organismos de alto rango oficial cuyos pronunciamientos solo están por debajo de los documentos directamente firmados por el Papa.
Aquí vamos a proponer un cuadro mental desde el que abordar la lectura del documento, que vale la pena hacer porque es claro y no muy largo.
La clave de nuestro cuadro es una comprensión de la competencia económica. La competencia constituye una dinámica mixta: incluye un elemento de conflicto y otro de cooperación entre los competidores. A veces se habla de ‘competencia’ solo en el primer sentido, pero el segundo es fundamental: a través de la colaboración se acuerdan las reglas comunes del enfrentamiento. Sobre esas reglas, por definición, no se compite (si se compite por ellas, no regulan la competencia; serán otras las reguladoras entonces).
Sobre este concepto, en el documento vaticano encontramos consideraciones de varios tipos:
- Las competencias económicas contemporáneas constituyen realidades morales. Como casi todas las competencias, pueden ser buenas o malas (sobre esto segundo escribimos aquí no hace mucho). El mercado, el dinero, las finanzas… no son intrínsecamente perversos, ni lo contrario. Depende de cómo se hagan. El documento aborda precisamente ese ‘depende’: qué puede hacer a una competencia financiera buena y qué puede hacerla mala; cuáles de cada tipo de cosas se dan en nuestro mundo financiero; y por dónde buscar caminos para arreglarlo, de forma que lo bueno se potencie y lo malo disminuya.
- La competencia de mercado -incluida la financiera- no agota la riqueza de la dignidad y la relacionalidad de cada persona y de cada sociedad. Por tanto a mercados y finanzas ni pueden confiárseles el bien integral, ni se sostienen sobre sus propios pies, sino que necesitan una serie de cualidades relacionales que no producen ellos mismos (lo que es obvio, porque las reglas de una competencia no nacen de esa competencia: son previas a ella). Importa mucho, también para la sanidad de mercados y competencias, que no destruyan esas cualidades relacionales.
- La competencia de mercado ha excedido el terreno en que sería útil a la Humanidad, en detrimento de otros ámbitos relacionales, como la familia, la comunidad, las organizaciones civiles, los estados, etc. No es tan claro si la propuesta vaticana va en dirección de reducir el espacio otorgado en nuestras sociedades a los mercados, o en la dirección (bastante menos clara en la práctica) de ‘teñir’ las relaciones de mercado mismas con valores comunitarios como la solidaridad; o en ambas direcciones. Benedicto XVI dejó el punto abierto en Caritas in Veritate, y no hay una conclusión única sobre ello en el pensamiento católico.
- Una vez dentro de la competencia de mercado, en el documento encontramos varios pasajes en que se pide que sea verdaderamente competitiva, en una competencia regida por la justicia (que es la única verdaderamente competitiva; no un oligopolio encubierto para explotación de sus clientes). El documento desgrana muchos aspectos: que no se funde en posiciones dominantes, que haya lugar sostenible en ella para operadores de tamaños diversos, que se maneje la información con equidad y justicia, que la especulación se mantenga dentro de ciertos límites, etc. Clave para todo lo anterior es la independencia real del poder político (que pone las reglas de la competencia) respecto al económico (que compite según esas reglas). Es obvio que si el primero depende de los grandes del segundo, las reglas favorecerán a estos frente a clientes y competidores más pequeños. Interesante es también que el documento llama explícitamente al ejercicio del poder del consumidor para sancionar a las empresas que actúen con injusticia y premiar a las justas. La justicia en la competencia económica no solo es asunto del poder político, sino también del poder de elegir en el mercado que todos los consumidores tenemos.
- El punto más difícil del documento se refiere a las reglas mismas de la competencia financiera. Estas deben establecerse (y hacerse valer) de manera tal que contribuyan al bien humano integral, incluido el bien de la economía. Por ejemplo, deben constituir un instrumento adecuado para la potenciación de la economía real, la dignificación del trabajo, el desarrollo de las sociedades, la sostenibilidad del medio ambiente… En este documento, la propuesta vaticana va en línea de una coordinación rápida de todas las autoridades y legislaciones financieras. Hasta hace poco, se insistía más en una «autoridad política mundial». Pero el problema sigue siendo el mismo: para ese macroobjetivo no tenemos instrumento apto. La competencia financiera es global y los poderes políticos son nacionales, de manera que habría que coordinar a 200 y pico países soberanos para que hagan lo mismo al mismo tiempo. Si alguna vez lo ha intentado con cuatro adolescentes, también soberanos todos ellos, ya sabe de lo que hablo. Y la carencia de reglas universales de la competencia financiera, no puede ser sustituida por mera buena conducta de los banqueros ni por cambios en la docencia de las escuelas de negocios; ayudará, pero no es sensato confiarles ellos que las finanzas resulten para bien de personas y sociedades.
El nuevo documento vaticano puede entenderse entonces a partir de estas cuatro claves: la moralidad de las finanzas; su lugar limitado en la relacionalidad humana; la justicia dentro de los mercados financieros; y la justicia sistémica de esos mercados respecto al bien integral de la Humanidad.
Vale la pena leer el documento. Lo recomendamos a nuestros lectores, aunque no estemos de acuerdo con todos sus matices. No es un documento optimista, pero como él mismo dice, la situación no da para serlo mucho: la salida de la crisis financiera de 2008 está ocurriendo sin grandes cambios políticos de fondo (de hecho, algunos cambios son a peor) y sin ningún cambio ético perceptible. Más de uno avisa ya que la de 2008 parecerá un juego, al lado de la crisis financiera que se está cocinando.